Esta leyenda se desarrolla aquí en México, específicamente en Guadalajara, Jalisco y trata sobre el extraño caso de un niño que le temía a la obscuridad.
La leyenda se remonta hasta el año de 1880 cuando una familia supuestamente adinerada fuera bendecida con el regalo de un hijo, cuyo nombre era: Ignacio Torres Altamirano, era un niño sano en general, pero tenía un problema.
Al parecer desde que nació manifestó tener un terror muy extraño a la obscuridad, cuentan que desde que era un bebé lloraba inconsolable al meterse el sol, así que cuando sus padres se dieron cuenta de ello, no había noche que no se encendieran lámparas en el cuarto de su hijo o se dejara la ventana abierta para que entrara la luz de la luna, todo para que que el pobre Ignacio no tuviera miedo, pues esa era la única manera en que el niño podía conciliar el sueño.
Así pasó el tiempo y todo parecía ir bien, el niño cumplió dos años y sus padres se adaptaron al modo de vida que representaba cuidar a su hijo del terrible miedo a la obscuridad del que padecía, hasta que una noche, los padres del niño tuvieron que dejar la casa a altas horas de la noche, dejando al niño solo, pero con las lamparas de aceite encendidas, algunas velas y la ventana abierta.
Lamentablemente esa noche el clima les jugó una mala pasada y el viento hizo que se apagaran las luces que habían encendido y el ama de llaves no se aseguró de que siguieran prendidas, pensando en no molestar al pequeño que suponía dormido.
Pero para su mala suerte el pequeño despertó a mitad de la noche encontrando su cuarto inundado por la oscuridad a la que tanto le temía, no se sabe si de tanto llorar o por un infarto causado por el terror que sintió al verse inmerso en la obscuridad pero el pequeño Ignacio murió, sus padres encontraron su cuerpo y llenos de pesar le hicieron una ceremonia fúnebre para despedir a su hijo, pero lo extraño de esta historia vendría después.
Cuenta la historia que después de la ceremonia fúnebre del pequeño Ignacio, el cuidador del panteón enterró el ataúd, pero a la mañana siguiente al hacer la ronda de rutina se encontró con que el ataúd del niño se encontraba fuera del sepulcro y el ataúd estaba abierto.
Después de esto volvió a enterrar al pequeño y dio aviso a las autoridades pensando que había sido un simple saqueo de tumbas, pensando que los padres del pequeño pudieran haber colocado algún objeto valioso junto al cuerpo, por lo que no le dio gran importancia, sin embargo este hecho ocurrió varias veces mas, cada mañana encontraba el cuerpo del pequeño Ignacio fuera de su tumba, por lo que muy asustado y consternado por los hechos, informó de lo acontecido a los padres del niño.
Los padres al escuchar la noticia contaron al cuidador del gran terror que su hijo tenía a la obscuridad y tiempo después decidieron construirle a su hijo una tumba muy especial, que no estuviera bajo tierra, al contrario, que el ataúd estuviera en lo alto donde le pudiera dar muy bien la luz del sol durante el día y la luz de la luna durante la noche.
Además de esto se mandaron hacer cuatro pequeños pilares donde el cuidador cada noche pondrá cuatro antorchas para que el niño jamas estuviera en la oscuridad.