Muchas veces identificadas con el negocio de la venta de su cuerpo, las geishas en Japón conservan un fuerte papel cultural y son, para muchos, un ejemplo de la mentalidad nacional. Entender el concepto de geisha supone comprender un poco mejor el modo en que el japonés se acerca al mundo, de modo indirecto y sutil.
La educación de las geishas
La palabra geisha está compuesta de dos caracteres chinos que significan arte y persona. Aparecidas por primera vez en el siglo XI, estas mujeres se dedicaban desde la infancia a convertirse en personificación del talento y el entretenimiento.
Los propietarios de las casas de geishas reclutaban a niñas de entre siete y diez años en las clases empobrecidas de campesinos que conseguían así dinero para sobrevivir los crudos inviernos nipones y daban a las jóvenes una oportunidad para escapar de la miseria.
La historia
Primero como shikoni (aprendiz) y luego como maiko (novicia), la joven estudiaba canto, baile y el arte del samisen, instrumento de tres cuerdas y sonido melancólico que se toca con una afilada pieza de madera.
Más tarde, la nueva geisha era comprada por un cliente (por precios astronómicos si era hermosa y dotada para el arte), quien no sólo pagaría las deudas contraídas con la casa de geishas por el entrenamiento y manutención, sino que también se encargaría de mantenerla e incluso podía adquirir una casa de té para que ella la administrase.
A cambio, la joven entraba a disposición del cliente, a quien entregaba su virginidad, y le proporcionaba un remanso donde huir del estrés diario y las presiones de la familia.
El imperio de los sentidos
Existe toda una leyenda en torno de las habilidades sexuales de las geishas. Muchas de las mujeres que, hasta mediados de este siglo, poblaban el distrito de Gion en la ciudad de Kyoto (centro de ocio en el Japón tradicional y donde la fama de las geishas se convertía muchas veces en leyenda), en realidad se dedicaban a la prostitución y sólo como entretenimiento preliminar al acto sexual actuaban para los clientes.
Caso contrario al de las geishas, donde el contacto carnal estaba reservado al patrón que las mantenía, mientras que el resto de sus clientes acudían para verlas bailar, cantar y, en resumen, ser agasajados por una mujer bella.
La geisha cumplía, sin duda, un papel de puerta de escape a la libido masculina que la moral de la época mantenía en férreo control.
Mujeres independientes
Aunque sometidas a una vida de sacrificio, las geishas disfrutaban de una mayor libertad que aquella otorgada tradicionalmente a la mujer japonesa.
No debían rendir cuentas a un marido (ni convertirse en virtuales esclavas de la madre de éste, como era tradicional) y dedicaban su tiempo a actividades artísticas, además de ejercer una profunda influencia en los poderosos hombres de negocios y funcionarios de Estado que, como clientes, las visitaban.